Humberto Musacchio
En esta crisis ha caído el ingreso por la exportación de hidrocarburos y resulta positivo trabajar con la mira puesta en el ahorro de divisas...
16-Abr-2009
En octubre, cuando la crisis económica le estalló en la cara a un gobierno infundadamente optimista, entre los muchos planes anunciados uno tuvo especial relieve: la construcción de una refinería. Los beneficios eran y son obvios, pues en épocas de desempleo galopante se podrían crear 11 mil empleos directos y por lo menos 25 mil indirectos, además de que terminada la obra México se ahorraría una buena cantidad de divisas que ahora paga por la adquisición de refinados.
En esta crisis ha caído el ingreso por la exportación de hidrocarburos y resulta positivo trabajar con la mira puesta en el ahorro de divisas, aunque la refinería, de estar lista en el plazo anunciado, no empezará a facturar antes de cinco años y su producción será de apenas la cuarta parte de las actuales importaciones.
No sobra hacer referencia al hecho de que la última refinería que se construyó data de hace unos 30 años. Como se sabe, la administración de la prosperidad de José López Portillo acabó en un desastre del que todavía estamos pagando las consecuencias. Una de ellas fue que México, para ser “salvado” por la banca internacional, debía garantizar el pago de la deuda externa mediante la explotación bárbara de su petróleo y la exportación, no de sus excedentes, como antes se hacía, sino del grueso de su producción.
Esa política depredatoria, mansamente aceptada por todos los presidentes que desde entonces han sido, comprendía no producir más refinados en territorio nacional y en su casi totalidad comprarlos —¡oh, casualidad!— precisamente a empresas estadunidenses. Alguien dirá que no existe papel alguno que implique tan lesivos compromisos y eso puede ser cierto, pero el resultado es el mismo. De ahí lo plausible de volver a instalar capacidad de refinación.
Lamentablemente, el proceso tiene aspectos que mueven a sospecha. El anuncio de construcción de la nueva refinería se hizo hace más de un año y esta es la hora en que no se decide cabalmente dónde estará. En lugar de que el gobierno federal optara por levantar la planta donde sus técnicos —y Pemex cuenta con los mejores— le indicaran que había condiciones óptimas, se procedió a abrir un periodo de debate político que ya arrojó varios damnificados, le ganó a Calderón animadversiones evitables y deja las cosas en veremos.
Es muy sospechoso que, de acuerdo con la decisión gubernamental, Tula sea la ganadora seguida muy de cerca por Salamanca. Se trata de dos poblaciones que ya cuentan con refinería y que son víctimas del desastre ecológico producido por el descuido, la tecnología obsoleta y la corrupción de Pemex.
Más discutible resulta que se otorgue a Tula la refinería cuando el gobierno de Hidalgo no dispone de las 700 hectáreas que se requieren como mínimo para esa instalación industrial. Se dice que tal superficie se adquirirá de terrenos que hoy son ejidales, pero todo indica que para resolver un problema inmediato se creará un conflicto de larga duración, pues a nadie le extrañe que dentro de veinte, treinta y más años anden los ejidatarios tocando puertas, haciendo antesalas y encuerándose en el Paseo de la Reforma en busca de una indemnización justa y más probablemente de una restitución que les resulte satisfactoria, en un país que ya no tiene tierra que repartir.
El gobierno de Hidalgo dispone de cien días para conseguir el terreno necesario. Si cuenta con el apoyo de la administración federal, difícilmente se cumplirá en tan estrecho plazo con todos los trámites. Si no lo tiene —lo que sería muy explicable— el Poder Ejecutivo Federal sencillamente alargará el proceso expropiatorio para descalificar a un estado como Hidalgo, gobernado por el PRI, para favorecer al panismo guanajuatense.
Ya sea en Tula o en Salamanca, el funcionamiento de la refinería necesita disponer de grandes cantidades de agua que tendrán que ser bombeadas y conducidas desde fuentes lejanas y más bajas, lo que es del todo irracional. Igualmente, se requerirá de ductos o medios de transporte del crudo hasta la refinería y luego de ésta a las regiones que vaya a proveer. Lo razonable era levantar la nueva planta en Tamaulipas, Veracruz o Tabasco, donde abunda el agua y está más cerca la materia prima, el crudo. Es más barato mover los productos refinados que el petróleo en estado natural, y siempre será mejor desalentar el crecimiento poblacional del altiplano creando empleos en las costas. Al menos eso nos han dicho siempre los demógrafos.
En cualquier caso, la refinería no se construirá en este sexenio y ese factor seguramente desalentará el proyecto, pues no es grato trabajar para que se pare el cuello el presidente que venga. Por otra parte, abundan los indicios de que la actual administración federal carece de capacidad para concretar sus proyectos. Todos los días anuncian planes, pero muy pocos llegan a hacerse realidad. Debido a todo eso, por lo menos en este sexenio la tan mentada refinería no será de petróleo, sino de saliva.
hum_mus@hotmail.com
viernes, 17 de abril de 2009
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