jueves, 11 de agosto de 2011

Los muertos que vienen


Refinería Miguel Hidalgo. Tula, Hgo.


El personal de la planta Reductora de Viscosidad ha trabajado a marchas forzadas durante días, semanas, meses... como en los últimos años en ésta y todas las instalaciones de Pemex. Sin recursos y sin personal suficiente. Lo que contrasta con las riadas de asesores que pululan en la torre de Pemex, tema aparte. Pero ahora es una presión más, la planta está parada y hay que echarla a andar "a como dé lugar".


El personal técnico de operación y mantenimiento lo vive a diario como parte de una pesadilla: trabajar, trabajar y trabajar sin descansar, dar resultados, cuidarse de auditorías, cumplir los tiempos que marcan ya no los programas y estándares, sino el de los directivos en turno que mueven la batuta sin ton ni son. Y lo peor, tener que escuchar por la radio abierta, los gritos, insultos y humillaciones del comendador o ahora llamado gerente de la refinería. Los días del esclavismo están presentes y el látigo hace de las suyas en su nueva versión de radio frecuencias. Trabajo agobiante, que mina el cuerpo, la salud, que daña principalmente la mente. Está prohibido quejarse, pedir recursos, impensable vacaciones o permisos. Desde hace mucho tiempo que no conocen una jornada “normal” de trabajo sin tener que vivir menos de 12 horas en la planta. Todo es preámbulo de lo que está por acontecer.


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El veterano Ing. Juan Ramón Archila estaba exhausto y ya al borde del estrés desde hace tiempo, había pedido ser cambiado, o mejor dicho sacado de ese ambiente de trabajo donde ya no se puede tener vida propia - la refinería de Tula Hidalgo -, la jubilación era su mayor anhelo.


Parte de su deseo se había cumplido recientemente cuando logró irse comisionado al DF. Poco tiempo pudo continuar así, por instrucciones superiores fue regresado a la planta Reductora de Viscosidad del sector donde trabajaba.


Compañeros suyos le habían dicho que no regresara, que se mantuviera donde estaba, sin embargo las presiones directivas fueron más fuertes. Con el argumento de que no había quien más pudiera hacerse cargo de echar a andar la planta, con mil presiones terminaron su comisión y lo pusieron a cargo de nuevo de la responsabilidad que ya no quería, al Ing. Archila finalmente lo hicieron regresar.


Su regreso estuvo marcado, las mismas presiones, las mismas llamadas estridentes por la radio, pero nada comparado con las terribles órdenes que debía acatar, arrancar la planta como fuera, eran órdenes "de arriba". Y así el sábado 30 de juliio encontraría el infortunio, en el mismo lugar del cual quería escapar.


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Era sábado, tres de la tarde, repentinamente una fuga de gas y la niebla que lo sigue se esparció por el área donde se encontraba él y sus compañeros Patricio Rodríguez, operador de segunda y Fernando Sánchez operador especialista, de 53 y 29 años de edad respectivamente, quisieron huir pero les fue imposible. La explosión del hidrocarburo creó el infierno, los cubrió completamente. Cientos de grados centígrados elevaron la temperatura y llenaron la atmósfera.


Las espesas volutas de humo se elevaron al cielo, podían verse desde la lejanía. El temblor de la explosión previa había cimbrado los alrededores.


En el centro de la hecatombe quedan los cientos de tubos ondulantes que se derritieron como chicle, tanques, estructuras de metal y concreto destruido. Todo quedó en matices de gris al negro, jirones de ropas y casquillos de cuyas botas no quedó nada, señalaban la ruta del martirio, del sacrificio, de los últimos pasos, de los instantes fatales. El carbón impide reconocer rasgos, señas que identifiquen los cuerpos y saber quién yace ahí. Pero eran ellos, ahí están los cuerpos de los compañeros trabajadores. Como señal entre el abrumador color negro que todo lo tiñe queda el blanco de la sábana que cubre a los caídos. Y junto a uno de ellos un radio de comunicación cuyas partes metálicas quedan desnudas.


De forma inexplicable e inhumana el cuerpo del Ing. Juan Ramón Archila quedó tendido desde ese instante hasta muy entrada la noche, horas en las que nadie quiso o se atrevió a levantar su cuerpo del lugar. No así los de Patricio Rodríguez y Fernando Sánchez Serranos, hubo quizá para ellos más compasión.


Los mandamases o comenderos fueron tan cobardes de siquiera hacer el último gesto de humanidad que nunca tuvieron con él, ni con los compañeros suyos que ahora se conduelen de su muerte. Prefirieron dejar la última huella de su existencia al escarnio de los buitres que en forma de funcionarios, desfilaron por la Refinería, no en busca de causas y razones de la tragedia, si no para encontrar un culpable de tanta negligencia que desde las alturas se fue gestando. Para desgracia de todos, el ingeniero Juan Ramón Archila ya no puede tomar un radio y contestar a preguntas tan simples o tan importantes para los que junto con él perdieron la vida. ¿Necesitas ayuda? ¿Tienes recursos? ¿Estás cansado? O la más categórica ¿Puede arrancar la planta en esas condiciones?


Nuestro compañero Juan Ramón ya no puede revelar cuáles fueron las últimas instrucciones que le fueron dadas, antes y previas a la tragedia, cuánta presión ejercieron sobre él para que todo se hiciera de forma urgente, sin importar qué pudiera pasar. Fue enviado como suele decirse al matadero. Pero lo más cruel es que seguramente él cargará con su propia muerte y los buitres se encargarán de hacerlo jirones. Los mismos que habrán de achacarle todas las “fallas humanas” que sean posibles para deslindar a aquellos que con su negligencia criminal provocaron esta tragedia.


Desde lo más alto caerá una interminable lluvia de documentos, con el único fin de sepultar junto con su cuerpo las irresponsabilidades que otros cometieron. Ya se hacen análisis causa-raíz para explicar al instante que errores cometió el fallecido y no los meses o años de erróneas decisiones gerenciales. Pero ninguno, absolutamente ningún análsis tomará nota del ambiente laboral en que se trabajaba, de la falta de recursos materiales y humanos, pero sobre todo de los funcionarios incapaces que atestan los altos mandos en la empresa.


La negligencia criminal y el indecente ambiente laboral seguirán marcando las tragedias que vienen, los muertos que vienen. Y que ya advertimos.