Francisco Rojas*
22 de enero de 2008
La producción del mar del Norte declina rápidamente; las empresas estatales, poseedoras de 70% de las reservas de petróleo, revisan al alza los contratos. Esto presiona a las petroleras para buscar negocios donde se pueda, por ejemplo, en el golfo de México.
Hace años, Pemex, basado al parecer en estudios prospectivos, construyó un gasoducto para la exportación fallida de gas; ahora importamos gas y la inversión efectuada vale actualmente más de 10 mil millones de dólares.
También con estudios prospectivos se asegura que existen 29 mil millones de barriles de petróleo en aguas profundas; que la tecnología no la comparten las empresas y que no tenemos recursos ni experiencia, por lo que hay que asociarse mediante "alianzas estratégicas" para compartir riesgos y reservas.
Las presiones son intensas y no son las primeras. Además de las ejercidas cuando la expropiación, que "desarbolaron" técnicamente a Pemex y por las que le llevó 10 años recuperar el nivel previo de producción. En 1946 México solicitó un préstamo al Banco Mundial, cuyo otorgamiento se condicionaba al regreso de las compañías; también Shell trató de intercambiar su indemnización por el retorno; cuando se negociaba el TLC, Estados Unidos quería la apertura petrolera; se resistió y nos negamos a la garantía de abasto, los contratos de riesgo, la libre importación de gasolina y gas, y a gasolineras extranjeras.
Desconocemos si el préstamo para solventar la crisis de 1995 se hizo condicionado; tampoco sabemos si las ofertas de Fox para abrir Pemex obedecían a compromisos. Los gobiernos y las petroleras no han perdido su capacidad de presionar y cabildear un negocio de miles de millones de dólares y, definitivamente, hay que resistirse a la idea de que ha llegado la hora de pagar facturas.
En materia petrolera, prospectivo significa potencial y la realidad puede ser distinta a lo supuesto. No hay que repetir aventuras costosas basados en inferencias; el petróleo abundante y barato se acabó; necesitamos buscarlo donde se encuentre, en forma gradual, en las mejores condiciones, cuando sea oportuno y nos convenga, y sin compartir recursos naturales que también pertenecen a las generaciones venideras.
Existen personas que en vez de enfocar así la reforma energética están más preocupadas por encontrar salidas legaloides modificando leyes secundarias para abrirle la puerta trasera a las petroleras. La inversión privada ha estado siempre en todas las actividades de Pemex y debe seguir participando, pero conforme a la legislación vigente.
Por ello, una reforma seria, de fondo, mirando el interés del país, debe contemplar cómo el mundo se prepara para la transición energética durante los próximos 30 años; el cambio climático y los altos precios del petróleo presionan para desarrollar y usar energías alternativas menos contaminantes; se promueven los bioenergéticos, que si no se regulan adecuadamente pueden afectar la oferta alimentaria, la conservación forestal y la disponibilidad de agua; la industria automotriz ensaya nuevos tipos de autos; la energía nuclear cobra nuevo impulso, etcétera. Pero todo hace suponer que la demanda de energía aumentará y se seguirá dependiendo de los combustibles fósiles, a menos que ocurran revoluciones tecnológicas que aminoren esta dependencia.
Por tal razón, tenemos que preparar al país para la transición energética, mediante una política integral, de largo plazo, que contemple programas sectoriales para la generación y consumo racional de las diferentes clases de energía, cuidando las interrelaciones con el resto de la economía y el cambio climático.
Debido a las experiencias de telecomunicaciones y la banca, la política energética debe ser guiada por un ente verdaderamente autónomo, responsable de establecer la estrategia del sector y de coordinar y evaluar las políticas respectivas. Pemex debe tornarse en una empresa pública responsable, moderna, eficiente, competitiva y transparente, dándole la autonomía y los medios necesarios para ello.
Hay que ajustar los mecanismos de medición y darle a la parte industrial el papel que le corresponde en la generación de valor agregado y creación de empleos, sin cederle el negocio a otros; sabemos construir refinerías y mantener ductos y terminales; contamos con alternativas para duplicar al término del sexenio el monto de las reservas probadas y darnos tiempo para acometer los proyectos de aguas profundas.
Existen los recursos y mecanismos financieros suficientes; la tecnología se puede adquirir; los técnicos ya se están preparando; y es factible rescatar al personal calificado para la realización de obras. Debemos cambiar criterios de corto plazo y guiar al país en los próximos 30 años en una transición energética ordenada, autónoma e independiente. Después de 70 años no podemos declararnos fracasados; queremos un México ganador.
* Ex-Director de Pemex
jueves, 24 de enero de 2008
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